ENTRE UNA ARGENTINA QUE BOSTEZABA Y OTRA QUE MORÍA

“Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza,

entre una España que muere y otra España que bosteza.

Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios.

Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”

Antonio Machado

Cuánto de ese bostezo vimos expresado en la Argentina de los ’90. Una clase que pasó toda la segunda década infame esquivando los trozos que caían, mampostería de las instituciones derrumbándose, salud, educación, justicia, empresas de servicios públicos, jubilaciones, salario, agrupaciones gremiales, aparato productivo industrial, productores agropecuarios, banca oficial, todo devorado por la avaricia de un sistema financiero. ¿Y qué hacía esta clase que hoy pide instituciones serias? Malgastaba sus dólares en el mundo. Una “conquista menemista”. Entrar a EE UU, sin visa, sólo eso necesitaban. Además de deslumbrarse con las maravillas del mundo antiguo, Europa.

Mientras, otros nos desilusionábamos frente al Congreso, sitiado por miles de policías, viendo cómo se sancionaban leyes que esquilmaban los derechos de los trabajadores, sobre todo cuando el Senado aprobaba la ignominiosa Ley de Flexibilización Laboral, con una denuncia de coimas escandalosa, de la cual aún hoy se desconoce quiénes son los responsables, a muchos de los cuales todavía se los ve clamar por “república y federalismo”.

Estas leyes fueron en su mayoría impulsadas por el FMI, que sólo proponía ajuste y represión ¿Será ésta la seguridad jurídica que propone el enviado de Obama, Arturo Valenzuela?

Algunos de los que resistíamos este plan macabro de exterminio de la nación éramos los estudiantes, convertidos en “obstáculos” para la clase que compraba autos y no podía circular tranquila. Sólo eso éramos para la clase media acomodada; mejor dicho, acomodaticia.

También eran obstáculos los viejos reclamando frente al Congreso, los médicos pidiendo insumos para los hospitales, los trabajadores pugnando por no perder sus fuentes laborales, los desocupados pidiendo en la calle un subsidio digno frente a la falta de oportunidades. Obstáculos para los que bostezaban, nosotros éramos los que moríamos. Pero no había inflación, y había convertibilidad: un dólar era un peso, algo importante visto desde esta clase. No les importaba que la producción nacional se extinguía, y mucho menos los reclamos agrarios. Claro, la muy combativa Federación Agraria acalló su voz cuando le dieron el manejo de las Cartas de Porte.

Hoy seguimos escuchando a algunos desmemoriados que pregonan que “con Menem estábamos mejor, y no había tanta corrupción”. Claro, ellos son los cómplices de tal latrocinio social, son los que hoy le reclaman consenso a “la dictadura K”. ¿Consenso para qué? ¿Para ajustar? ¿Para desintegrar nuevamente al Estado? ¿Para condenar nuevamente al olvido a nuestro viejos jubilados? ¿Para no “perseguir” a los genocidas? ¿Para que la educación pública se desintegre y sucumba frente a la privada? ¿Para que los científicos “se vayan a lavar los platos”? ¿Para que volvamos a las relaciones carnales?

Pero esta “fiesta” tenía que terminar como terminó, con un gobierno presidido por un radical. Nunca olvidemos este nombre: Fernando De la Rúa. En un día como hoy, pero hace ocho años, un 20 de diciembre, llegó el fin. Son momentos de la historia que no debemos ni podemos olvidar, sobre todo cuando nos dejaron un reguero de sangre joven. Cuando ese autista, pero bien hijo de puta, abandonaba la Casa Rosada en helicóptero, los pibes seguían tiñendo con su sangre el asfalto ardiente de esos días, dejando atrás un país totalmente desarticulado económica, política y socialmente.

Y nos dejaron también dirigentes que hoy vemos en la oposición, que son responsables de ese ignominioso período, aunque hoy los escuchemos hablar como si fueran paracaidistas húngaros. Claro, con la ayuda de la desinformación generada por la “prensa independiente”, estos personajes lavaron su imagen y hoy son los paladines de la democracia y enarbolan las banderas de la república y el buen funcionamiento de las instituciones que ella engloba.

Sin embargo, hay un amplio sector de nuestra sociedad que los indultó y nuevamente les otorga un cheque en blanco, o mejor dicho ya se los otorgó con su voto del 28 de junio. Un electorado como el porteño, encumbrando como jefe de gobierno porteño a Mauricio Macri, con toda su política noventista, ya perimida y obsoleta, y que queda al descubierto a raíz de su inacción.

Una gestión que lleva adelante un maquillaje, bacheo y arreglo de plazas, pero denigra a la educación pública cuando nombra a un facho como Abel Posse al frente del Ministerio de Educación porteño, cuando reduce el presupuesto educativo, uno de los más bajos en comparación con el resto de las provincias (por ejemplo, la provincia de Buenos Aires destina 36% de sus ingresos). Esta ciudad rica solo aporta limosnas, un 23% de los $17.000 millones que recauda, tres puntos menos que el año pasado, una burla a todos nosotros. Por supuesto, a los que siguen bostezando, esto no los afecta en lo mas mínimo.

Una administración que impulsa “escuadrones parapoliciales” que se encargan de “limpiar” las calles de indigentes y sin techo con métodos muy parecidos a los de la dictadura.

Sólo una muestra de cómo ese período que algunos creímos enterrado ese 20 de diciembre vuelve a asomar su cabeza, empujado por una capa importante de esta sociedad que olvida, que tiene una memoria muy endeble, que lavó muy rápido las manchas de sangre que tiñeron la Plaza de Mayo, las de nuestros pibes, las que dejaron las balas radicales.

¿Volveremos a debatirnos entre los que bostezaban y los que moríamos? Mi pregunta es: ¿Despertarán demasiado tarde, cuando ya les hayan confiscado nuevamente sus ahorros? ¿O seguirán con este bostezo infinito?