Por Claudio Diaz
Si no es un problema visual, entonces cuesta entender mucho cómo es que en la mira de sus catalejos resultan ser lo mismo Hugo Moyano y Luis Barrionuevo (o Armando Cavalieri y cualquier otro de los “jóvenes brillantes” que se recibieron de traidores con el profesor Menem). ¿Ustedes ven bien, muchachos? ¿No tendrían que ir al oculista?
Que Moyano, uno de los poquísimos dirigentes sociales que puede exhibir una coherencia de pensamiento y compromiso por la defensa de los trabajadores, sea puesto a la misma altura de los que colgaron la campera y los principios para calzarse la ropa y las ideas del jet set liberal, es una pifia que podría dejarse pasar si estuviéramos en presencia de jugadores amateurs. Pero no. El análisis con tufillo calumnioso viene empaquetado con el moño glamoroso y la fragancia a perfume francés de una publicación que se precia de ser progresista.
Sin embargo, eso no es lo más sorprendente. Lo que resulta ciertamente increíble, o patético, es que a la hora de buscar “las pruebas del delito” para incriminar al secretario general de la CGT y probar que es un “corrupto” igual a Barrionuevo, Cassia, Pedraza y otros más, no encuentren ningún documento o testimonio concreto y decidan ir en busca de dos testigos que uno no sabe si reír o llorar. Por un lado, ¡Perfil...! ¡Perfil...! Es decir, ¡Fontevecchia...! Y por el otro (de pie, señores; que se abra el telón...): ¡El “Pata” Medina!
La seriedad y el profesionalismo con que trabaja el medio conducido por Fontevecchia, así como también la rigurosidad con que se encaran los productos periodísticos que edita, están fuera de toda discusión. Habría que recordar, por ejemplo, que en 1983 la por entonces revista La Semana (antecesora de Noticias) decidió armar una producción especial en la base naval de Mar del Plata llevando a un grupo de chicas pulposas y famosas (Noemí Alan y Adriana Brodsky), de la troupe de Gerardo Sofovich, con el propósito de entretener nada menos que a la valiente muchachada de la Armada (con el Tigre Acosta y Astiz a la cabeza) que había demostrado su coraje con luchadores sociales, mujeres y abuelas a quienes habían secuestrado, torturado y asesinado, aunque después de eso se cagaran en las patas a la hora de enfrentar a los ingleses en las Malvinas.
En 1984, Fontevecchia también quiso dar muestras de su creatividad periodística. Y para aprovechar el show que algunos medios montaron al “descubrir” que en la Argentina habían desaparecido miles de personas (algunas de ellas arrojadas desde aviones al Río de la Plata), decidió que el periodista Daniel Dátola (hoy autor teatral) se subiera con una docena de muñecos a un avión alquilado, para tirarlos al río desde 5 mil metros de altura y demostrar, en la repugnante nota, cómo es que los marinos amigos del dueño de Perfil asesinaban a prisioneros.
Ahora podríamos hablar un poco del Pata Medina. Hombre de la UOCRA, primero menemista y luego duhaldista, totalmente ausente o “desaparecido” como luchador social en toda la década del ’90, cuando las conquistas laborales caían como las industrias y los ladrillos de la construcción, no vamos sin embargo a hacer lo mismo que DV y DC ya hicieron: es decir, acusarlo de chanta, corrupto o traidor sin tener pruebas de ello. Pero averiguamos que tiene cuatro causas pendientes en la Justicia.
La primera es por un accidente automovilístico en La Plata. Según el expediente, Medina atropelló al docente y maratonista Victorio Pascual Panella. La causa tramita en un juzgado de La Plata y el número de expediente es 318.203. La segunda causa es de la Justicia Federal. Está imputado de coacción agravada por amenazar a los dueños de la empresa Bautex. El número de expediente es 6229. La tercera es un proceso judicial por hurto y coacción. Medina, según admitió en una entrevista periodística, se subió a una máquina vial durante un paro en una empresa y amenazó a obreros. Por esta razón estuvo 80 días detenido. En la última causa (la Nº 1347, en el Tribunal Oral Nº 4 de la Justicia ordinaria), fue encontrado culpable por amenazar de muerte a un tal Vega, delegado de otra línea interna de la UOCRA, en unas elecciones del sindicato.
La pobreza de argumentos para descalificar a alguien con quien, es evidente, se tiene una animadversión política o ideológica, es hija de la carencia y escasez de recursos intelectuales. Todo se remite a una serie de recortes periodísticos. Ni un dato propio, ni siquiera una pista, tienen los fiscales. ¿Dónde está la mansión grande como la cancha de River donde podrían caber como 70 “casas comunes”? Si es que existe, ¿Moyano la robó, se la usurpó a alguien, la compró con dinero que les sacó a los trabajadores? Un poco más de precisión y justeza, muchachos. Y, sobre todo, más seriedad. Porque si no el trabajo de ustedes se asemeja bastante al de esos agentes de inteligencia que años atrás aseguraban haber detectado a un peligroso marxista o subversivo, porque lo habían visto comprar un cassette de Mercedes Sosa.
La otra manera de saber si dirigentes como Moyano son ladrones, es yendo a los lugares de trabajo a pedir la opinión de los trabajadores. Claro, para eso hay que salir de la comodidad de la redacción, tomar un taxi y, encima, entrar a un sindicato, con todo el terror que ello les genera a ciertos hombres de letras. ¿Por qué no hablan con los camioneros? Vayan, pregúntenles a los recolectores de residuos, a los distribuidores de alimentos... Les van a decir cuánto ganan, qué hoteles y campings tienen, qué tipo de cobertura médica en hospitales que parecen hoteles cinco estrellas, a dónde lleva el gremio a pasear a sus hijos en vacaciones de invierno. Háganlo nada más que por curiosidad... A propósito, ¿cuánto les pagan a ustedes en Le Monde...?
Ensuciar a Moyano sembrando la sospecha de que posee bienes mal habidos y conseguidos a costillas de los trabajadores no es más que un trabajo sucio para limpiarles el camino a los que verdaderamente explotan y negrean a los laburantes. Porque, a propósito del título de la nota publicada en Le Monde y su argumentación central, no es verdad que haya trabajadores pobres porque sus dirigentes sindicales son ricos. Si bien es cierto que algunos de ellos han hecho “carrera” para convertirse en millonarios, poseyendo empresas, campos y abultadas cuentas bancarias, el punto central y se diría que casi único por el que la Argentina tiene a gran parte de su fuerza de trabajo en condiciones de indignidad y miseria es el resultado de la aplicación del modelo capitalista explotador.
Por eso tampoco se puede dejar pasar lo que constituye un verdadero sofisma: eso de que el enriquecimiento de los dirigentes sindicales es una “cosa natural, propia de la picardía criolla”. Que exista una docena de gremialistas, no más que eso, que se enriquecieron por no haber defendido la dignidad de sus compañeros, no puede tapar que haya otros miles que han tenido y tienen una conducta intachable, y que viven dignamente como cualquier hijo de vecino. Por eso acercamos una lista de hombres que ocupan los más altos lugares en la conducción de sus sindicatos y que desde hace años demuestran estar al servicio de los trabajadores, como Julio Piumato, de Judiciales; Juan Carlos Schmid, de Dragado y Balizamiento; Omar Plaini, de Canillitas; Horacio Ghilini, de Docentes; Luis Pandolfi, de Lavaderos y Tintoreros; y Juan Belén, de la UOM.
Que los periodistas den por hecho que todos son corruptos, que generalicen de una manera tan extrema es –como se dijo al principio– mirar la historia con ojos prestados. O con anteojeras. Como esos caballos salvajes que, provistos de esa funda, salen a galopar sin poder mirar a los costados, con la idea fija de llevarse todo por delante. Que es lo que les gusta a los enemigos del poder sindical, que desde los medios que dominan hacen de la caza de gremialistas ciertamente traidores a los intereses de sus representados el deporte preferido. Pero no porque defiendan la honestidad como valor (ellos no lo son) sino para meter un tiro por elevación a todo el movimiento obrero.
Las tapas de revistas o los informes televisivos con Cavalieri en una playa privada del Caribe o Pedraza en su mansión de Villa Sarmiento, son “balas que pican cerca” para herir ayer a Ubaldini, hoy a Moyano y mañana a quien continúe en la senda de defensa del interés de los trabajadores.Si la burocracia sindical está constituida por una clase social acomodada, perezosa para no abandonar el estado de confortabilidad que usufructúa y prejuiciosa para no modificar ideas que puedan entrar en contradicción con sus intereses, entonces habrá que convenir que en el país de la intelectualidad bien pensante también hay unos cuantos burócratas.
Lo que resulta ciertamente increible es que a la hora de buscar “las pruebas del delito” no encuentren ningun documento o testimonio concreto.
Los Principitos. Así podrían firmar sus próximas notas los dos periodistas de Le Monde Diplomatique. Los Principitos, insistimos, por aquello de que lo esencial es invisible a los ojos. A los de ellos, claro. Porque son cortos de vista. O por una cuestión de ceguera política. Al cerrar los ojos a la objetividad no pueden distinguir lo bueno de lo malo. ¿O será que se ponen lentes para el sol y ven todo lo que proviene del sindicalismo peronista en tono oscuro?
Si no es un problema visual, entonces cuesta entender mucho cómo es que en la mira de sus catalejos resultan ser lo mismo Hugo Moyano y Luis Barrionuevo (o Armando Cavalieri y cualquier otro de los “jóvenes brillantes” que se recibieron de traidores con el profesor Menem). ¿Ustedes ven bien, muchachos? ¿No tendrían que ir al oculista?
Que Moyano, uno de los poquísimos dirigentes sociales que puede exhibir una coherencia de pensamiento y compromiso por la defensa de los trabajadores, sea puesto a la misma altura de los que colgaron la campera y los principios para calzarse la ropa y las ideas del jet set liberal, es una pifia que podría dejarse pasar si estuviéramos en presencia de jugadores amateurs. Pero no. El análisis con tufillo calumnioso viene empaquetado con el moño glamoroso y la fragancia a perfume francés de una publicación que se precia de ser progresista.
Sin embargo, eso no es lo más sorprendente. Lo que resulta ciertamente increíble, o patético, es que a la hora de buscar “las pruebas del delito” para incriminar al secretario general de la CGT y probar que es un “corrupto” igual a Barrionuevo, Cassia, Pedraza y otros más, no encuentren ningún documento o testimonio concreto y decidan ir en busca de dos testigos que uno no sabe si reír o llorar. Por un lado, ¡Perfil...! ¡Perfil...! Es decir, ¡Fontevecchia...! Y por el otro (de pie, señores; que se abra el telón...): ¡El “Pata” Medina!
La seriedad y el profesionalismo con que trabaja el medio conducido por Fontevecchia, así como también la rigurosidad con que se encaran los productos periodísticos que edita, están fuera de toda discusión. Habría que recordar, por ejemplo, que en 1983 la por entonces revista La Semana (antecesora de Noticias) decidió armar una producción especial en la base naval de Mar del Plata llevando a un grupo de chicas pulposas y famosas (Noemí Alan y Adriana Brodsky), de la troupe de Gerardo Sofovich, con el propósito de entretener nada menos que a la valiente muchachada de la Armada (con el Tigre Acosta y Astiz a la cabeza) que había demostrado su coraje con luchadores sociales, mujeres y abuelas a quienes habían secuestrado, torturado y asesinado, aunque después de eso se cagaran en las patas a la hora de enfrentar a los ingleses en las Malvinas.
En 1984, Fontevecchia también quiso dar muestras de su creatividad periodística. Y para aprovechar el show que algunos medios montaron al “descubrir” que en la Argentina habían desaparecido miles de personas (algunas de ellas arrojadas desde aviones al Río de la Plata), decidió que el periodista Daniel Dátola (hoy autor teatral) se subiera con una docena de muñecos a un avión alquilado, para tirarlos al río desde 5 mil metros de altura y demostrar, en la repugnante nota, cómo es que los marinos amigos del dueño de Perfil asesinaban a prisioneros.
Quizás aburramos con estas historias que refieren a la calidad moral de quienes enjuician a Moyano, pero esta defensa también quisiera que se recuerde que en 2005 la revista Noticias publicó una tapa en la que presentaba al que (según el serio y prestigioso semanario de Fontevecchia) era el hijo del entonces presidente Kirchner, Máximo. “El misterioso hijo del presidente”, decía el título. Y sugería que el joven era el encargado de realizar algunas tareas no muy santas a favor de sus padres. Pero resulta que el de la tapa no era Máximo, sino un tal Marcelo Martínez Casas, por entonces gerente de Asuntos Legales de Canal 9 y yerno, nada menos, que del banquero menemista Raúl Moneta.
Ahora podríamos hablar un poco del Pata Medina. Hombre de la UOCRA, primero menemista y luego duhaldista, totalmente ausente o “desaparecido” como luchador social en toda la década del ’90, cuando las conquistas laborales caían como las industrias y los ladrillos de la construcción, no vamos sin embargo a hacer lo mismo que DV y DC ya hicieron: es decir, acusarlo de chanta, corrupto o traidor sin tener pruebas de ello. Pero averiguamos que tiene cuatro causas pendientes en la Justicia.
La primera es por un accidente automovilístico en La Plata. Según el expediente, Medina atropelló al docente y maratonista Victorio Pascual Panella. La causa tramita en un juzgado de La Plata y el número de expediente es 318.203. La segunda causa es de la Justicia Federal. Está imputado de coacción agravada por amenazar a los dueños de la empresa Bautex. El número de expediente es 6229. La tercera es un proceso judicial por hurto y coacción. Medina, según admitió en una entrevista periodística, se subió a una máquina vial durante un paro en una empresa y amenazó a obreros. Por esta razón estuvo 80 días detenido. En la última causa (la Nº 1347, en el Tribunal Oral Nº 4 de la Justicia ordinaria), fue encontrado culpable por amenazar de muerte a un tal Vega, delegado de otra línea interna de la UOCRA, en unas elecciones del sindicato.
La pobreza de argumentos para descalificar a alguien con quien, es evidente, se tiene una animadversión política o ideológica, es hija de la carencia y escasez de recursos intelectuales. Todo se remite a una serie de recortes periodísticos. Ni un dato propio, ni siquiera una pista, tienen los fiscales. ¿Dónde está la mansión grande como la cancha de River donde podrían caber como 70 “casas comunes”? Si es que existe, ¿Moyano la robó, se la usurpó a alguien, la compró con dinero que les sacó a los trabajadores? Un poco más de precisión y justeza, muchachos. Y, sobre todo, más seriedad. Porque si no el trabajo de ustedes se asemeja bastante al de esos agentes de inteligencia que años atrás aseguraban haber detectado a un peligroso marxista o subversivo, porque lo habían visto comprar un cassette de Mercedes Sosa.
La otra manera de saber si dirigentes como Moyano son ladrones, es yendo a los lugares de trabajo a pedir la opinión de los trabajadores. Claro, para eso hay que salir de la comodidad de la redacción, tomar un taxi y, encima, entrar a un sindicato, con todo el terror que ello les genera a ciertos hombres de letras. ¿Por qué no hablan con los camioneros? Vayan, pregúntenles a los recolectores de residuos, a los distribuidores de alimentos... Les van a decir cuánto ganan, qué hoteles y campings tienen, qué tipo de cobertura médica en hospitales que parecen hoteles cinco estrellas, a dónde lleva el gremio a pasear a sus hijos en vacaciones de invierno. Háganlo nada más que por curiosidad... A propósito, ¿cuánto les pagan a ustedes en Le Monde...?
Ensuciar a Moyano sembrando la sospecha de que posee bienes mal habidos y conseguidos a costillas de los trabajadores no es más que un trabajo sucio para limpiarles el camino a los que verdaderamente explotan y negrean a los laburantes. Porque, a propósito del título de la nota publicada en Le Monde y su argumentación central, no es verdad que haya trabajadores pobres porque sus dirigentes sindicales son ricos. Si bien es cierto que algunos de ellos han hecho “carrera” para convertirse en millonarios, poseyendo empresas, campos y abultadas cuentas bancarias, el punto central y se diría que casi único por el que la Argentina tiene a gran parte de su fuerza de trabajo en condiciones de indignidad y miseria es el resultado de la aplicación del modelo capitalista explotador.
Por eso tampoco se puede dejar pasar lo que constituye un verdadero sofisma: eso de que el enriquecimiento de los dirigentes sindicales es una “cosa natural, propia de la picardía criolla”. Que exista una docena de gremialistas, no más que eso, que se enriquecieron por no haber defendido la dignidad de sus compañeros, no puede tapar que haya otros miles que han tenido y tienen una conducta intachable, y que viven dignamente como cualquier hijo de vecino. Por eso acercamos una lista de hombres que ocupan los más altos lugares en la conducción de sus sindicatos y que desde hace años demuestran estar al servicio de los trabajadores, como Julio Piumato, de Judiciales; Juan Carlos Schmid, de Dragado y Balizamiento; Omar Plaini, de Canillitas; Horacio Ghilini, de Docentes; Luis Pandolfi, de Lavaderos y Tintoreros; y Juan Belén, de la UOM.
Que los periodistas den por hecho que todos son corruptos, que generalicen de una manera tan extrema es –como se dijo al principio– mirar la historia con ojos prestados. O con anteojeras. Como esos caballos salvajes que, provistos de esa funda, salen a galopar sin poder mirar a los costados, con la idea fija de llevarse todo por delante. Que es lo que les gusta a los enemigos del poder sindical, que desde los medios que dominan hacen de la caza de gremialistas ciertamente traidores a los intereses de sus representados el deporte preferido. Pero no porque defiendan la honestidad como valor (ellos no lo son) sino para meter un tiro por elevación a todo el movimiento obrero.
Las tapas de revistas o los informes televisivos con Cavalieri en una playa privada del Caribe o Pedraza en su mansión de Villa Sarmiento, son “balas que pican cerca” para herir ayer a Ubaldini, hoy a Moyano y mañana a quien continúe en la senda de defensa del interés de los trabajadores.Si la burocracia sindical está constituida por una clase social acomodada, perezosa para no abandonar el estado de confortabilidad que usufructúa y prejuiciosa para no modificar ideas que puedan entrar en contradicción con sus intereses, entonces habrá que convenir que en el país de la intelectualidad bien pensante también hay unos cuantos burócratas.
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