Recién me cayó la ficha. Primero, terminemos con lo de “Padre de la democracia”. ¿Acaso no fueron Padres de la democracia los pibes caídos en Malvinas, las Madres, Dalmiro Flores y tantos millones de argentinos que pusieron el pecho en los años de plomo? ¿Acaso, también, muchos de los que hoy se llenan la boca con “democracia” no apoyaron los golpes del ‘55 y del ‘76, o votaron sin ningún remordimiento con el peronismo proscripto?
Segundo, ¿qué democracia? ¿Los espejitos de colores flúo que nos vendieron los EEUU cuando determinaron el fin de sometimiento dictatorial-militar en Latinoamérica para empezar a dominar los países de la región mediante las deudas externas? Ya no era necesario que nos reventaran a palos para mantenernos a raya, ahora nos tenían agarrados de los cojones con la miseria. Gracias por la magia, Tío Sam.
No hace falta aclarar que nos quedamos con esta democracia antes que con la oscuridad de aquella dictadura sangrienta. Pero tampoco es menester engullir, si a uno le sabe rancio, pescado podrido.
Por otro lado, en estos días en que todos desfilan delante del cajón del ex presidente en actitud políticamente correcta, no voy a hacer el papel del hipócrita acongojado. ¿Está mal? ¿Cuántos de esos correligionarios no sólo habrán obviado sino incluso celebrado la muerte lenta de Eva Perón? Vayan mis respetos, como cualquier crestiano, pero el 31 de octubre de 1983 yo estaba a las puteadas, caminando al alba por Corrientes con un grupo de compañeros, más allá de Herminio, del cajón y de los votos del conurbano que nunca llegaron.
Lo que sí puedo decir es que en los últimos tres días me ha caído otra ficha, la ficha personal. Pisando el medio siglo, esa muerte ha puesto sobre el tapete otra muerte: la de mi juventud. Mi cabeza se convirtió en un galpón “retro” donde desfilan infinidad de espectros: la JP copando Gessell en enero del ’84; noches y madrugadas en La Academia, Los Pinos, Pichín; la JUP, el diario "La Voz"; miles de “peñas”, miles de marchas; amores y desamores, encuentros y desencuentros.
Mis condolencias finales, entonces, por Alfonso, por aquellos tiempos y por nuestra juventud.
Segundo, ¿qué democracia? ¿Los espejitos de colores flúo que nos vendieron los EEUU cuando determinaron el fin de sometimiento dictatorial-militar en Latinoamérica para empezar a dominar los países de la región mediante las deudas externas? Ya no era necesario que nos reventaran a palos para mantenernos a raya, ahora nos tenían agarrados de los cojones con la miseria. Gracias por la magia, Tío Sam.
No hace falta aclarar que nos quedamos con esta democracia antes que con la oscuridad de aquella dictadura sangrienta. Pero tampoco es menester engullir, si a uno le sabe rancio, pescado podrido.
Por otro lado, en estos días en que todos desfilan delante del cajón del ex presidente en actitud políticamente correcta, no voy a hacer el papel del hipócrita acongojado. ¿Está mal? ¿Cuántos de esos correligionarios no sólo habrán obviado sino incluso celebrado la muerte lenta de Eva Perón? Vayan mis respetos, como cualquier crestiano, pero el 31 de octubre de 1983 yo estaba a las puteadas, caminando al alba por Corrientes con un grupo de compañeros, más allá de Herminio, del cajón y de los votos del conurbano que nunca llegaron.
Lo que sí puedo decir es que en los últimos tres días me ha caído otra ficha, la ficha personal. Pisando el medio siglo, esa muerte ha puesto sobre el tapete otra muerte: la de mi juventud. Mi cabeza se convirtió en un galpón “retro” donde desfilan infinidad de espectros: la JP copando Gessell en enero del ’84; noches y madrugadas en La Academia, Los Pinos, Pichín; la JUP, el diario "La Voz"; miles de “peñas”, miles de marchas; amores y desamores, encuentros y desencuentros.
Mis condolencias finales, entonces, por Alfonso, por aquellos tiempos y por nuestra juventud.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Volvemos a dejar libre la posibilidad de comentarios. Estuvimos obligados a moderarlos por la cantidad de trolls que intentaban desvirtuar el debate. Pero bueno, preferimos que sean ustedes mismos los que, coincidan con nosotros o no, pero perticipan de buena leche; quienes ignoren a los tontos o maquinas de ensuciar, hasta que eliminemos su mugre.